domingo, 26 de diciembre de 2010

El cuento femenino



R, cuando aterriza desde sus lejanas nubes y aconseja enfático - ¡Es que ella no está en su momento, podrás ser Brad Pitt pero ella está en otro rollo! – termina cerrando años de antropología filosófica en un gesto: las mujeres no se enamoran del príncipe, sino del cuento. Y seas el charming prince en un brioso rocinante o Shrek en burrito, el asunto es como calzas en él.


El tema no es que tienes de encantador u ogro, el tema es la forma como hombres y mujeres crean sus mitos sobre lo que es una relación. Las mujeres, pareciera, van armando un castillo y un mundo de nunca jamás en sus mentes y corazón sobre el cual príncipes y sapos irán desfilando al grito de ¡Next!, hasta que llegue el que logre empatar el zapatito de cristal a cenicienta. Una mujer, al final de cuentas, tiene más de 5 pares de zapatos aparentemente iguales, pero es ese platanitos de cristal el que te lleva al galán adecuado. Ojo, adecuado, no ideal porque siempre será mejor el zapato que lleva otra puesta, en todo el sentido metafórico.


Es el hombre quien, tal vez cincuenton y ya light user de sildenafilo, quien puede arriesgarse a perder castillo, corcel 4x4, un tercio del reino y joyas por esa secretaria Rapunzel veinteañera enfundada en jeans tayssir (design by Vivi). Los hombres no construyen cuentos ni entienden de fábulas de moral Esopo Cipriani, son viedoclip puro de HTV, puro físico pero cero horizonte (como la isla que se eleva del firmamento en el spot promocional).


R se rasca la melena negándose a aceptar que no es él, o su relativo encanto, el que engancha, sino su rol en el momento, lugar y versión del cuento el que enamora, el que prende, el que gusta. Tal vez sea, acuña sabio, que son las mujeres quienes mejor saben de la temporalidad del físico y sexualidad masculina; que ese poder macho se acorta, falla, declina, decae, se relaja y van marchitándose día a día, que hay muchos otros mejores pero que ésta es la artillería que viene con el príncipe que toca, así que ni modo. Claro, el hidalgo caballero siempre se alucinará brioso, victorioso, sin nadie que le indique la correcta puntuación de su performance guerrera. Al final de cuentas es el que atinó el beso a la bella durmiente, el que pudo vencer al dragón, el que llegó en el minuto final al desenlace del cuento.